Pobreza: mal cuantificada, peor combatida (II)

Pobreza: mal cuantificada, peor combatida (II) (Y hasta la vista)

 

Foto: KIKE TABERNER

Combatir las raíces de la pobreza no es articular una política de asistencia social. En tal caso, el resultado más probable es consolidar una versión actualizada de la caridad.

14/01/2018 – valenciaplaza.com

Que en España, como en la Comunidad Valenciana, hay un número elevado de personas pobres no está en discusión. Saber su número, sin embargo, es hoy imposible. Para ello sería necesario definir el umbral de ingresos por debajo del cual se es pobre. El concepto de pobreza es multidimensional y ello influye en que cada uno de nosotros tiene un criterio distinto acerca de a quiénes afecta. Por eso es imprescindible concretar, en términos monetarios, cuáles son las necesidades básicas mínimas que, cuando no están cubiertas, llevan a considerar a alguien como tal. Si, frente a esta opción, se elige la aproximación relativa de la Estrategia 2020 de la UE, y con ella del INE, las paradojas añadidas a las dificultades de ese cálculo aumentan de manera geométrica.

Por un umbral monetario de pobreza

Elaborar un umbral de pobreza como mínimo vital monetario para definirla, como se hace en Estados Unidos, no resuelve todos los problemas. Ni mucho menos. Pero es una opción eficaz. Primero, para cuantificar “las necesidades básicas de la vida diaria”. Y, segundo, para poder establecer una ordenación respecto a ese umbral de los necesitados de ayuda. También en este terreno se evidencia la trascendencia del vaciamiento de funciones del Servicio Valenciano de Estadística realizado por el PP. Sorprendentemente nadie ha propuesto revertirlo a pesar de que los valores ilustrativos que estima el  INE (iguales para toda España y sólo para dos situaciones familiares) no solucionan nada.

En un texto clásico, Mollie Orshansky ya destacaba las dificultades del cálculo. Como ella señalaba, lo que en el pasado era considerado un lujo, hoy puede ser considerado necesario. Y es que cuando, como sucede en España, la pregunta no es “si puedo vivir”, sino “cómo puedo hacerlo”, una cuantificación de esos ingresos mínimos requiere, además de un servicio de estadística con prestigio, consenso social. Pero el que, entre otros, los estadounidenses lo lograran hace muchos años demuestra que es posible.

Además de superar las paradojas ya comentadas que surgen al realizar una aproximación relativa basada en el AROPE, así se evitaría también la indefinición actual de los titulares del derecho a la inclusión social de la actual legislación. En la reciente ley valenciana, por ejemplo, los titulares (art. 3.1) son todos quienes se encuentren en “aquellas situaciones en las que las personas carecen de los recursos necesarios para cubrir sus necesidades básicas y se encuentran en un estado de dificultad personal o social para su inclusión social y/o inserción laboral” (negrita mía). La concreción del significado de unas y otro queda para el reglamento, como si con ello se superaran las dificultades de cuantificación apuntadas.

¿Lucha contra la pobreza o nueva caridad? 

Con todo, lo más relevante es que está lejos de ser obvio que lo que se esté poniendo en práctica mediante este tipo de normas sea la lucha contra la pobreza y no exclusivamente contra la miseria y la exclusión social. La aprobación de medidas de urgencia para paliar las situaciones de necesidad ante su gravedad y [no cuantificada] amplitud, no debiera confundir. Su urgencia, incuestionable para la mayoría, tampoco. Pero luchar contra la pobreza requiere de un esfuerzo mucho más amplio del que puede exigírsele a los servicios sociales de una administración. Pretender que con una mejor financiación la pobreza desaparecería de la Comunidad Valenciana, como acaba de declarar la Secretaria Autonómica de Servicios Sociales, Helena Ferrando, sólo contribuye a aumentar la confusión.

No es solo cuestión de recursos y de profesionalidad, que también. En la lucha real contra la pobreza resulta inconcebible dejar fuera a la política pública de vivienda o de formación de la población desocupada en edad de trabajar. Por no mencionar el sistema de enseñanza. En el valenciano las tasas de fracaso escolar son, desde hace décadas, incompatibles con cualquier posibilidad de considerarlo eficiente en la promoción de la igualdad de oportunidades. Sin embargo, ningún plan de choque contra el mismo se ha planteado hasta ahora. No forma parte de las prioridades del conseller Vicent Marzà.

Pero además, para España contamos con un estudio reciente mucho más contundente en la descripción de esa parte de la realidad: el Informe sobre el estado social de la nación 2017elaborado por la Asociación de directores y gerentes en Servicios Sociales. No es necesario coincidir en todo con su enfoque y contenido, para destacar una conclusión central del mismo relacionada con la legislación en vigor: se está “configurando en España una amplia clase social subsidiada que genera una cultura específica marcada por la falta de expectativas, la desmotivación y la pérdida de autoestima” (p. 28).

Más preocupante todavía es lo indicado en la radiografía de los Servicios Sociales en España por CCAA realizada por la misma asociación respecto a las repercusiones en España del éxito de la revolución conservadora de Reagan y Thatcher. Esa que ha llevado a la hegemonía ideológica de las derechas tan bien descritas para Estados Unidos por los Nobel de economía Akerlof y Shiller. Una radiografía en la que se muestra igualmente cómo la Comunidad Valenciana, tras las décadas de gobiernos del PP, se encuentra a la cola no ya en lucha contra la pobreza que no existe, sino de la asistencia social.

Al margen de esta constatación, merece subrayarse la opinión taxativa de los autores, conocedores directos de la situación, de que frente a la precarización de una parte de la población, hacer recaer en los servicios sociales la solución de estas situaciones es enviar “un mensaje absolutamente distorsionador de la realidad, [ya que] que, en lugar de poner el acento en las verdaderas causas de la pobreza y en sus soluciones, convierten estas situaciones en marginales”. (p. 4)

Y es que, en síntesis, frente a las aproximaciones asistenciales como la que está llevando a cabo Mónica Oltra y su equipo, el desafío sigue siendo el expresado por el proverbio clásico, de autoría desconocida, según el cual, si le das un pescado a una persona pobre comerá un día, pero si le enseñas a pescar comerá toda la vida. Es obvio que la condición previa de su cumplimiento es la existencia de peces; esto es empleo, cuyo fomento por la Generalitat Valenciana es manifiestamente mejorable. Pero no se debieran ignorar las implicaciones que tiene dejar fuera de la lucha contra la pobreza sus múltiples dimensiones, de la formación y la educación a la creación de empleo no precario (como gran parte del generado por el turismo y la hostelería) pasando por la medicina, incluyendo la preventiva).

Entre esas derivaciones sobresale el que al limitar el esfuerzo de la lucha contra la pobreza y la exclusión social a los servicios sociales, se está contribuyendo, aunque sea sin pretenderlo, a hacer realidad la perversa modificación del adagio realizada por Carlos Marx: si le das un pescado a un pobre, comerá un día; si se le enseña a pescar se pierde una oportunidad de negocio. Como es obvio, de negocio para quienes lo hacen con todo y con todos.

Y hasta la vista

Durante los últimos doce meses, la amabilidad de Javier Alfonso director de Valencia Plaza, me ha permitido compartir quincenalmente reflexiones varias sobre algunos de los problemas económicos a los que nos enfrentamos. La combinación de nuevos proyectos y la draconiana exigencia en tiempo que esta regularidad requiere, hace conveniente, al menos, una pausa. Al margen, por supuesto de que, como escribiera Baltasar Gracián, “lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aun lo malo, si breve, no tan malo”.

A pesar de ello, la larga lista de obstáculos que se oponen a la mejora de nuestro bienestar invita a mantener la intención de seguir asomándome, eso sí de manera esporádica, a estas páginas. Siempre con única pretensión de seguir recordando que, como Lewis Carroll pusiera en boca de Alicía en A través del espejo, hoy también en la Comunidad Valenciana “es preciso correr mucho para permanecer en el mismo lugar y para llegar a otro hay que correr el doble más rápido”.

¿Ante el fin de la globalización?

La estrategia de Donald Trump es difundir la impresión de que la globalización forma parte del pasado. Nada más lejos de la realidad.

17/12/2017 – Valenciaplaza

Ya sucedió a comienzos de siglo y vuelve a ocurrir ahora con más intensidad: se pretende que la globalización ha quedado enterrada. Ayuda a ello las declaraciones sobre economía del actual inquilino de la Casa Blanca superpuestas a sus decisiones geopolíticas. La última de entre éstas, de momento, el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. La cual se añade al abandono de EEUU de instituciones supranacionales como el Pacto de Naciones Unidas sobre emigración y refugiados o el de Paris sobre el cambio climático.

La insistencia de Donald Trump en que está impulsando una vuelta al proteccionismo económico, el Make America Great Again, parecería confirmar el fin del mercado único global. La realidad, sin embargo, es testaruda hasta en sus detalles.  Hace poco The New York Times, informaba de que la exigencia del  “buy American” no había podido impedir una masiva compra en el extranjero de uniformes para los cuerpos de seguridad, incluidos los de los agentes del servicio secreto del propio presidente. Lo ha imposibilitado el buen uso de los recursos públicos al que está obligada la administración. Para 2018 queda la decisión presidencial sobre la Section 201. De aprobarse cuotas -sobre importaciones de lavadoras domésticas y paneles solares- serían las primeras medidas proteccionistas desde 2001.

El presidente de EEUU no está solo en su estrategia de presentar como parte del pasado el mercado único global. Ni en el terreno político ni en el económico. Tampoco en el académico. Dentro de este último, un ejemplo reciente es Stephen D. King un financiero vinculado a la LSE. El título del libro que acaba de publicar, cuyo inicio es una frívola descripción del declive del califato Omeya cordobés, es taxativo: El entierro del nuevo mundo. Y más contundente todavía su subtítulo: “El fin de la globalización y el retorno de la historia”.

Como es obvio, las fases expansivas de globalización no son irreversibles. El libro mencionado recoge varios ejemplos. Que para reforzar su tesis maneje con frivolidad una variable clave en los procesos históricos como es el tiempo, no los elimina del pasado. Nada queda del esplendor Omeya ni del Imperio Español, aquel en donde no se ponía el sol, cuando la Corona de Castilla era la primera potencia del globo.

Demostrar esta reversibilidad no requiere, sin embargo, retorcer la historia, que no llora ni se queja. Tampoco cuando se transforman varios siglos “en un puñado de años” como hace King. Ni exige remontarse al declive de Califato o a la época de los grandes descubrimientos. El bien estudiado período de entreguerras, (1914-1939) muestra esta reversibilidad. Tras un aumento de la interrelación económica entre los dos lados del Atlántico (y en menor medida con Asia y África a través del colonialismo), el mundo (léase Occidente) entró tras 1914 en una etapa de auge del nacionalismo, inseparable de la gravedad y amplitud de la depresión económica de los años treinta.

Trumpeconomía y globalización

La duda razonable es si las proclamas proteccionistas de Donald Trump son el inicio de una de esas etapas de reversión. Quizá es demasiado pronto para saberlo. Pero la información cuantitativa disponible no lo confirma. El funcionamiento del mercado global prosigue. También lo hizo a finales del siglo XIX a pesar del elevado proteccionismo de EEUU.Un rasgo éste, el de la especificidad de la política comercial del gigante americano -precisamente por ser gigante- poco destacado. Pero, como sucediera con Gran Bretaña en el siglo anterior, EEUU abrazó el librecambio en 1945, cuando se consolidó como primera potencia. Por eso tal vez hoy el adalid de librecambio sea la República Popular China.

Fuera de la menor intensidad en el uso de las “armas financieras de destrucción masiva” en la expresión acuñada por Warren Buffetno existe evidencia cuantitativa sólida para defender una vuelta atrás en la consolidación del Made in the World. A menudo se defiende el fin de la globalización apoyándose en la evolución del comercio mundial. Frente a un ritmo muy elevado de crecimiento hasta 2007, su declive en los últimos años permite todo tipo de valoraciones.  En el gráfico siguiente muestra esta caída, pero también que el valor de los intercambios sigue estando por encima del año de inicio de la crisis.

Ninguna de las posibles razones de la evolución descendente apunta a una modificación del funcionamiento de ese mercado global, núcleo de la globalización. Que se comercie más o menos no altera ni cómo se produce ni con qué se comercia. Y eso no ha cambiado. Una explicación de la caída puede ser el comportamiento de las compras al exterior de China, primer importador mundial. Es lo defendido por el trabajo para el FMI de Shik Kang y Liao. Según el mismo la causa principal de esa evolución es el intenso proceso de reequilibrio desde la inversión al consumo del crecimiento chino (al ser exportaciones de otros países al gigante asiático). A lo cual se suma la progresiva sustitución de importaciones habitual en los procesos de desarrollo económico. Y el de China en los últimos decenios ha sido espectacular.

Otra constatación de la ausencia de confirmación del discurso proteccionista de Donald Trump es la evolución de las propias importaciones de mercancías de EEUU. Aun teniendo en cuenta la expansión del PIB y la depreciación del $, su aumento, representado en el gráfico siguiente, no parece indicar cambio alguno de tendencia desde su toma de posesión. No es descartable que sea porque frente a tantas declaraciones, no hay forma de acabar con el Made in the World sin acabar, al mismo tiempo, con la economía estadounidense.

Sería, pues, un error confundir las declaraciones proteccionistas del presidente de la primera potencia del siglo XX con la realidad. La obsesión por estar presente en prensa siempre juega malas pasadas. Pero no solo a Trump. No hace falta recordar a este respecto las incendiarias líneas de Paul Krugman sobre el irremediable e inmediato fin del euro escritas al calor de la crisis de la deuda de 2012.

En relación con la globalización, durante los primeros años del siglo, varios autores, entre ellos Niall Ferguson, defendieron también su final. En su artículo de Foreign Affairsel catedrático en Harvard trazaba los, para él, más que evidentes paralelismos entre la situación de entonces y la que se inició en 1914.  Ha pasado más de una década y lo único vigente de su argumentación es considerar su texto una llamada a la prudencia en la pretensión de algunos por  predecir el futuro. Sin embargo, pretenderlo siendo un gestor público es mucho peor. Porque no es solo el ridículo personal lo que está en juego, sino el bienestar de toda una sociedad. Y no sólo cuando se es el presidente de Estados Unidos. También cuando se pretende determinar qué sectores tienen futuro discriminándolos positivamente frente al resto. Un comportamiento que pervive entre nosotros.

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Ford lo pone negro sobre blanco

Poco ha durado la alegría provocada por el anuncio de la fabricación del Kuga en Almussafes. Desde ese momento, la empresa no ha dejado de dosificar comunicados acerca de la necesidad de nuevos ajustes laborales para mantener la planta con su estructura actual.

3/12/2017 – valenciaplaza

Jordi Palafox

“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” cantaba hace ya muchos años Joan Manuel Serrat. Aunque sea en un terreno muy diferente, lo demuestran los sucesivos comunicados de la multinacional Ford en días pasados. Aunque se pretenda ignorar practicando la estrategia del avestruz, esa que pagarán muy cara los valencianos más jóvenes, el mercado global sigue avanzando. Ello obliga a las empresas a adaptarse al mismo para sobrevivir; a fabricar productos tan competitivos como sus rivales. El sector del automóvil, asimilado a la Marca España aun sin ser española ninguna empresa fabricante presente en el país,  constituye un exponente de la nueva forma de producir derivada de la Globalización.

Las Cadenas de Valor Globales…

El automóvil es un sector plenamente integrado en las Cadenas de Valor Globales (CVG) dominantes hoy como destaca la OMC. Al margen de sus múltiples definiciones, un rasgo de éstas es que los bienes dejan de estar fabricados en un solo país y pasan a ser el resultado del ensamblaje de componentes procedentes de una multiplicidad de economías, en muchas ocasiones muy alejadas entre sí. La trascendencia histórica del comercio intraindustrial demuestra que, en parte, ya era así en el pasado. Pero desde el auge de la globalización a finales del siglo XX, que ha convertido en irreversible el ocaso industrial en los países avanzados, su trascendencia –compleja de cuantificar-  es mucho mayor.

Las CVG de Apple están entre las mejor conocidas gracias al trabajo de Kraemer, Linden y DedrickPero todas ellas son similares en lo esencial: incorporar componentes de menor precio a igual calidad de cualquier país del mundo para ensamblarlos en uno de ellos, de forma creciente, de bajos costes salariales. Si la tecnología utilizada está ya en lo que los economistas denominamos la frontera de posibilidades de producción (la más avanzada) el aumento de la competitividad no puede provenir de su utilización.

Las multinacionales que las lideran exigen, en mayor o menor grado, marca blanca a sus proveedores. Así controlan la CVG y se apropian de la mayor parte del valor añadido. Apple en concreto, no permite a los fabricantes identificar sus componentes. Pero gracias a sociedades como iSuppli dedicadas a determinar su origen, sabemos que los cientos presentes en los iPhone y iPad proceden de, al menos, once países diferentes. La actuación de Ford (entre sus plantas y con sus proveedores) no es muy distinta. Es similar a gran parte de las multinacionales. A pesar de la sofisticación tecnológica utilizada por algunas de ellas, las innovaciones han permitido descomponer trabajos complejos en una multiplicidad de tareas simples (o automatizadas).

Los trabajos dirigidos por Marcel P. Timmer director of The Groningen Growth and Development Centre (GGDC), constatan la amplitud alcanzado por las CVG. El gráfico incluido a continuación permite mostrar la variación del % de Valor Añadido Extranjero (VAE) –el peso de los componentes importados-incorporado en 560 de ellas (cuanto más próximo esté a 1, mayor es éste). La fuerte presencia de rombos verdes próximos al máximo en ambos años se explica porque corresponden a derivados del petróleo, cuya materia prima es necesariamente importada en gran parte de los países avanzados.

Como se observa en la mayor parte de casos, el valor en el año final es superior al del inicial; el VAE ha aumentado. El progreso del “Made in the World” ha ido sustituyendo al, por ejemplo, el, “Fabricado en España” por el “Ensamblado en España”. Y todo indica que lo ha seguido haciendo en los años más reciente a los del gráfico. La globalización sigue gozando de buena salud.

…y la economía valenciana.

Esta nueva organización de la producción, supone un aumento de la competencia y un mercado laboral único global. Los trabajadores del Este de Europa o del Pacífico asiático son competidores directos de los de la Comunidad Valenciana si producen los mismos bienes. Y las plantas allí instaladas competidoras de las localizadas aquí. Ello con independencia de que no sean ni España, ni la Comunitat el destino directo de las exportaciones. Productos importados desde terceros pueden tener una elevada proporción de componentes procedentes de estos competidores.

Aunque Ford no sea todo el sector, un tosco cálculo permite esbozar el peso de su CVG. Como es sabido, sus exportaciones representan en torno a la cuarta parte del total de las valencianas. Son un pilar básico de un contexto nada brillante, alejado de la competitividad internacional de mediados del siglo XX. Tras la crisis, como constatan Gil Pareja y Llorca Vivero“las exportaciones valencianas se han recuperado gracias a una única actividad productiva: la automoción” (p. 116).

Pero a la hora de destacar su integración en el comercio mundial, se recalca menos la trascendencia de las importaciones de componentes. Sin embargo, suponen en torno a la mitad de aquellas. Por tanto, sin entrar en matices dado lo burdo del cálculo: Ford exporta vehículos, muchos, pero en torno a la mitad de su valor son componentes importados. Sin esa estrategia, la empresa habría dejado de ser competitiva.

¿Se ha adaptado el resto de la economía valenciana al nuevo contexto global? El mal comportamiento de su comercio exterior refleja que de manera insuficiente; sin buscar un nicho propio en aquellas actividades más difíciles de replicar en países de menor salario. La presencia de empresas valencianas en la cúpula de las CVG, más allá de Ford, Mercadona y algún comercializador de cítricos, es nula y en su seno la economía del conocimiento, tan alabada con todo motivo por la OCDE como fuente del crecimiento y el bienestar, está lejos de ser relevante. Tanto en la manufactura, en declive irreversible, como en los servicios a las empresas. A pesar de ello, turismo e infraestructuras concentran toda la atención pública.

Lo sucedido con Ford es una llamada de atención. Pero no debiera ser una sorpresa ante el avance de la desindustrialización. No es casualidad que las tres plantas abiertas en Europa por la multinacional desde 2000 (con cuatro de cada diez de su empleo en el continente) se localicen en Rusia, Turquía y Rumania, países de bajos salarios.Tampoco que tras 90 años de presencia dejara Australia en octubre de 2016. Con una misma tecnología de producción, los costes salariales –al margen de las ayudas públicas tan cuantiosas como inútiles en el largo plazo como muestran los casos de EEUU y Australia- se imponen como variable decisiva. En caso contrario, la empresa es barrida del mercado.

El problema no es Ford. El problema es la consecuencia de esa estrategia del avestruz seguida por las elites de la sociedad valenciana apoyada, cuando no impulsada, de manera incondicional por la administración autonómica hasta mayo de 2015. El interrogante hoy es si, desde entonces, tanta escaramuza gallinácea para encubrir vanidades no está defraudando la esperanza de que aquel apoyo público suicida quedara arrinconado para siempre.